26 septiembre 2013

 

COPTOEX colabora en el Curso: "Salud, Bienestar y Medio Ambiente: Horticultura social y terapéutica"


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02 septiembre 2013

 

"El valor terapéutico del clown: reflexiones" por Carlos Martín


La búsqueda del éxito profesional es una de las presiones características de nuestra cultura y, como parte de una sociedad capitalista, tratamos de convertir nuestro talento en capital humano, en algo productivo o por lo que ser reconocido. Los terapeutas ocupacionales, por aquello de que nuestro nombre no explica demasiado bien lo que somos o hacemos, buscamos ese reconocimiento social con especial ahínco. Supongo que es humano soñar con que algunos profesionales que malinterpretan, desconocen o compiten con nuestro campo de conocimiento y actuación, nos acaben diciendo lo buenos e importantes que somos.

Sin embargo, existe cierto peligro de egolatría cuando dejamos de contemplar nuestras carencias o defectos, en el empeño por mostrar solamente nuestro lado más favorable. Es necesario avanzar y plantearse nuevos retos pero, a veces, podemos llegar a convencernos de que nuestro potencial es casi ilimitado, un tipo de pensamiento que suele provocar importantes frustraciones.

Como terapeuta ocupacional, me he especializado en el ámbito de la exclusión social y la salud mental, prestando especial interés por la alianza terapéutica y por la influencia en dicha alianza de determinadas actitudes profesionales que suelen aparecer como parte natural del desarrollo profesional. Me refiero, entre otras, a la rigidez de planteamientos y al entendimiento de la problemática del otro desde parámetros exclusivamente teóricos que nos aporten una sensación de mayor control, en definitiva, de menor vulnerabilidad frente al paciente.

Considero que, tanto en los planes de estudio universitarios de las profesiones del ámbito socio sanitario, como en muchos equipos de trabajo multidisciplinar se dedica escasa atención al desarrollo de aspectos relacionados con la inteligencia emocional del profesional. Aprender a manejar las emociones que surgen en el encuentro entre personas, más cuando una está padeciendo un problema de salud que limita su desempeño en distintos contextos, resulta imprescindible.

 Sin embargo, el uso terapéutico del “yo”, que consiste en hacer un “uso planificado de la personalidad, intuiciones, percepciones y juicios del terapeuta como parte del proceso terapéutico” (Punwar & Peloquin, 2000), no se aprende mediante el estudio de técnicas o modelos de terapia ocupacional, sino conociendo lo mejor posible a la persona que hay detrás del terapeuta. El único lugar para comprender al otro es desde la conciencia de uno mismo.  

Por lo general, el consultante, paciente, usuario, o persona que precisa apoyo de un profesional en el ámbito socio sanitario parte de una situación de vulnerabilidad marcada por la patología y sus implicaciones. En ocasiones, la persona se enfrenta a una enfermedad grave y desconocida que le produce desasosiego, y en otras, convive desde hace años con un problema de salud que ha provocado mucho sufrimiento, tanto a él como a su entorno. 

En cambio, el profesional o persona que ha tenido la oportunidad y el deseo de obtener una titulación y ganarse la vida con ello, suele partir de una situación de seguridad, o al menos eso debe tratar de transmitir al paciente, puesto que se le presupone un saber experto, científico, y, en ocasiones, incluso lleva una bata blanca con su nombre. Este poder es difícil de manejar e influye inevitablemente en nuestras relaciones con los demás, tanto con profesionales como con pacientes.

En mi propio desarrollo de la identidad profesional, el clown ha sido un aliado inesperado que me ha permitido descentrarme de las vanidades del profesional y me ha aportado una pequeña dosis de humildad. Tras varios años en este otro proceso de búsqueda, la de mi payaso, he llegado a comprender el paralelismo existente entre la práctica sociosanitaria y la técnica del clown.

 Así como en la clínica existe un binomio indestructible compuesto por el profesional y el paciente, en el circo tradicional surge la pareja de payasos más conocida, el Carablanca (como nuestra bata) y el Augusto, más conocidos como el listo y el tonto. Pero no hay que sacar conclusiones precipitadas.

El payaso Augusto es torpe e ingenuo, tanto en el éxito como en el fracaso, ya que disfruta con su juego de trasgredir la expresión adulta de las emociones.  Se permite ser un loco y alborotador, en definitiva libre y trasparente como un niño. Por el contrario, el Carablanca es un personaje  orgulloso de su raciocinio, con un vestuario brillante y modales exquisitos que representan la autoridad y el orden de los adultos. A pesar de que sus miradas enfocan mundos enfrentados y de utilizar lenguajes completamente distintos, existe una gran escucha entre ambos. Detrás de toda la represión externa del Carablanca se esconde la generosidad que permite al Augusto tomar protagonismo y ser quien arranque con su comportamiento las mayores risas del público. Y tampoco el Augusto es tan tonto como parece, pues para sorprender y emocionar al público hay que desarrollar mucha creatividad y un gran sentido del riesgo. 

A los profesionales del ámbito sociosanitario nos toca representar en ocasiones el papel de Carablanca, pero no podemos evitar sentirnos vulnerables, perdidos o torpes en otros momentos. De hecho, son estos últimos los que nos hacen crecer profesionalmente, y sobre todo, son imprescindibles para saber cómo contener la vulnerabilidad del otro, que es un punto clave en la creación de la alianza terapéutica.

Durante el proceso de creación de esa alianza también puede surgir cualquier circunstancia que haga fracasar nuestras expectativas o las del paciente. Como ya sabemos, el fracaso es parte inevitable del camino hacia el éxito, pero para el clown, es un alimento principal. Al no conseguir sus objetivos, por ejemplo hacer reír, el clown debe aceptarlo y buscar una solución para superarlo, que suele ser finalmente la que provoque la risa, ya que reacciona de forma espontánea y se muestra trasparente, tal como es.

Cuando un profesional tiene dificultades para vivir el fracaso, surgen resistencias que se perciben en la relación terapéutica y laboral. A veces, en los momentos de pérdida, los profesionales encorsetamos nuestras reacciones al tiempo que las instituciones en las que trabajamos nos animan a ser políticamente correctos siempre que podamos. La sensación es que no somos nosotros mismos y que muchas veces,  “la procesión va por dentro”.
Si al relacionarnos con compañeros o con pacientes, no nos mostramos desde nuestra propia autenticidad y expresamos nuestros sentimientos de vez en cuando, el peso de la bata puede aplastar al humano que llevamos dentro. En el clown pasa lo mismo, si no habita las emociones y antes de reaccionar se juzga, el clown desaparece. Pero como esto no es fácil, es importante entender que cuando se improvisa, no hay nada mal o bien hecho, sino mayores o menores hallazgos en la búsqueda de nuestro clown. Es una manera muy saludable de pensar y aplicable a nuestro desarrollo profesional.  
    
Por otro lado, el clown potencia nuestra capacidad para usar el humor como una herramienta terapéutica. Se ha demostrado en numerosos estudios científicos, que el humor y la risa ayudan incluso a reducir el dolor. Las intervenciones realizas por payasos de hospital se utilizan, cada vez con mayor frecuencia, con el fin de mejorar la salud emocional de los pacientes ingresados, como la de los familiares y el personal sanitario. Desde mi experiencia, creo que la relación asistencial se humaniza cuando colgamos la solemnidad de la bata blanca y nos contagiamos de la magia de la nariz roja. 

Tras la oportunidad ofrecida por el Colegio Profesional deTerapeutas Ocupacionales de Extremadura (COPTOEX), me atrevo a proponer en compañía de María José Sarrate, mi maestra, una experiencia formativa que busca potenciar el autoconocimiento y la creatividad del profesional partiendo de nuestra esencia clown, es decir, de nuestro lado más ridículo y vulnerable, y por qué no, más divertido.

Si conseguimos formar un grupo de personas dispuestas a reírse de sí mismas en un ambiente de confianza y respeto, seguro que será un placer y un éxito asegurado.

Carlos Martín, Terapeuta Ocupacional y Clown

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